érase una vez un mundo sin dolor

Érase una vez un mundo sin dolor

Érase una vez un mundo sin dolor….¿Cómo enfocarlo?

Os planteo la siguiente cuestión: si entramos en una sala con 100 personas y pedimos que levanten la mano aquellos que hayan sentido dolor alguna vez en su vida, ¿obtendríamos un 100% de votos a favor?

Indistintamente de la edad, sexo, profesión o etnia, sería extraño que no hubiese una respuesta unánime. Pero que esto no lleve a error: sentir dolor no nos hace frágiles, sino humanos, ya que no olvidemos que se trata de una experiencia más de la vida.

“¿Una experiencia más? Pues yo preferiría no sentir dolor nunca…”

¿Seguro? ¿Por qué querríamos eso? ¿Para sentirnos más duros/as? Puede que lo digáis por la famosa frase de la película La Teniente O’Neil, donde el Sargento John James Urgayle (Viggo Mortensen) dice:

“Nunca he visto a un ser salvaje compadecerse de sí mismo. Un pájaro caerá muerto congelado de una rama sin jamás haberse compadecido de sí mismo.”

Sin embargo, ¿qué quiere transmitir esta famosa cita? En ningún momento dice que los “animales salvajes” no sientan dolor, sino que su forma de afrontarlo es diferente. Se refiere al cómo vencer la adversidad, no a que el dolor sea de débiles. Que, pese al contexto, podamos salir adelante.

Culturalmente, la forma de contemplar el dolor ha cambiado en los últimos años. Hemos pasado de verlo como comentábamos (signo de debilidad, “no hay dolor”) a verlo como algo “lógico” ante determinadas circunstancias, como la edad o patologías concretas como la artrosis. ¿Pero es esto cierto?

Tal vez no… Puede que la sociedad actual nos haya fragilizado y nos haya hecho sentir más vulnerables. Nos sorprendemos cuando vemos a un hombre de 65 años diciendo que no tiene dolor o cuando nos lo dice una mujer de 70 mientras hace un entrenamiento de fuerza porque se sale de la “norma”.

No podemos generalizar, pero puede que nos hayamos acomodado, que hayamos olvidado la función del dolor y que su presencia nos genere la necesidad imperiosa de eliminarlo sin preguntarnos antes “¿Por qué ha aparecido?”.

Sin lugar a dudas, la sociedad, cultura, personalidad y sucesos que engloben a la persona tendrán gran repercusión, así que indaguemos un poco más.

 ¿”No pain, no gain” o “Know pain, no pain”?

Después de todo lo comentado, si tuviésemos que decir algo con total certeza acerca del dolor, sería que es complejo, ya que, pese a los avances que se han logrado y a los estudios que se siguen haciendo, aún desconocemos muchas cosas… Pero no saber mucho no implica que no sepamos “nada”; de hecho, sí que se han demostrado diferentes hechos importantes con los que podemos lograr grandes cambios en la vida de nuestros pacientes.

¿Una herramienta fundamental? Sencillo: la educación.

Sabemos que los conocimientos que se tengan acerca del dolor (o de la neurobiología del mismo) pueden modular la evolución del dolor1. Es más, desde hace años sabemos que nuestras expectativas y creencias al respecto son fundamentales a la hora de marcar un pronóstico2.

“¿Entonces basta con darles una “MasterClass” a mis pacientes y listo?”

Mejor démosle la vuelta a esa pregunta: ¿os bastaba a vosotros un intensivo de 10h para asimilar conceptos nuevos? ¿O solo os quedabais con una pequeña parte de la información hasta que la empezabais a poner en práctica? Pues a nuestros pacientes les pasa parecido, solo que con el plus de que gran parte de esa información puede ser malinterpretada3.

Así que no, educar no es soltar información sin sentido. Educar es dar las herramientas necesarias a nuestros pacientes para que puedan aplicarlas y, así, saber afrontar mejor su situación actual.

De este modo, el/la paciente será capaz de comprender la situación y poner cartas en el asunto. Nos estamos refiriendo a la autoeficacia. La cuestión no es “ignorar” al dolor y avanzar, sino “comprender” qué es lo que ocurre y avanzar mientras aprendemos.

¿Y qué tenemos que saber nosotros?

Como profesionales debemos entender que no existe un área concreta del dolor en el cerebro, que se trata de una experiencia individual y única, pero puede variar de un momento a otro. Además, el dolor es sensible a factores emocionales, cognitivos y contextuales – lo que se conoce como modulación endógena –, así que ¿podríamos decir que es simplemente la consecuencia de un “input” nociceptivo?4

La cuestión se nos complica cuando intervienen estos factores y el dolor parece volverse persistente, ¿no?

Después de todo esto, os replanteo la pregunta del principio de otro modo: si entramos en una sala con 100 personas y pedimos que levanten la mano aquellos que hayan sentido dolor de forma persistente, es decir, más allá del propio “input” nociceptivo, ¿cuánta gente levantaría la mano?

¿Qué pensáis? ¿Se acercaría el número al 50%? Dejad vuestras opiniones en comentarios.

Ideas clave:

  • A la hora de entender el dolor, debemos alejar la lupa y observar desde lejos el contexto de nuestros pacientes. Su esfera biopsicosocial abarca más de lo que pensamos, desde la cultura hasta la personalidad.
  •  Menos es más. Nuestros pacientes no quieren saber cuánto sabemos; quieren saber qué les pasa. Nadie nos está calificando, así que simplifiquemos lo que enseñamos.
  • La disminución del dolor no es la única mejora alcanzable. Mejorar la autoeficacia (poder hacer lo que uno quiere pese a las circunstancias) y así la función son cosas a tener en cuenta. Tengamos presentes los objetivos de nuestros pacientes.

Referencia Bibliográfica:

  1. Lee H, McAuley JH, Hübscher M, Kamper SJ, Traeger AC, Moseley GL. Does changing pain-related knowledge reduce pain and improve function through changes in catastrophizing? Pain. 2016;157(4):922-30.
  2. Chester R, Jerosch-Herold C, Lewis J et al. Psychological factors are associated with the outcome of physiotherapy for people with shoulder pain: a multicentre longitudinal cohort study. British Journal of Sports Medicine. 2018;52:269-75.
  3. Kessels RPC. Patients’ memory for medical information. J R Soc Med. 2003;96(5):219-22.
  4. Seymour B. Pain: A precision signal for reinforcement learning and control. Neuron. 2019;101(6):1029-41.
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